“Generación de cristal”, solemos decir, burlones e insolentes, hacia los adolescentes, desde nuestro absurdo adultocentrismo. Criticamos que se quejen de todo, sin darnos cuenta de que la mayor responsabilidad de esas quejas está en nuestras manos. Criticamos que dediquen mucho tiempo a la tecnología, cuando nosotros no tenemos ni un minuto para dedicarles a ellos (sí a la tecnología, por cierto). Criticamos que nos falten al respeto, cuando en muchas ocasiones nuestra propia vida es una falta de respeto, a ellos y a nosotros.
Desde luego que no son perfectos -¿quién lo es, quién quiere serlo?, desde luego que tenemos mucho que enseñarles -por favor, más con nuestro ejemplo que con nuestras palabras-, desde luego que tienen mucho que mejorar. Ahí estaremos nosotros para ayudar, no para hundir ni insultar.
Pero no escribo hoy para criticarnos a nosotros, sino para alabarlos a ellos. A esa generación maravillosa. De cristal, sí. De cristal transparente y puro tras el que se puede ver un corazón enorme y unas ganas de cambiar el mundo y mejorarlo. Me ha emocionado verlos, aportando su esfuerzo con alegría, ayudando en las terribles inundaciones que asuelan el Levante español.
Muchas gracias, queridos adolescentes.
Para Dani, para sus amigos y para sus compañeros. Para toda esa maravillosa generación. Gracias.