Disfrutaremos hoy de este poema medieval, al que llegué intentando localizar uno de los muchos que la bisabuela de mis hijos, Uba, recitaba.
El rey moro tiene un hijo
que Tranquilo se llamaba
y también tiene una hija
que se llamaba Altamara.
La quieren ricos y condes,
la quiere el rey de Granada
y hasta un hermano que tiene
ha intentado de gozarla.
Por gozar de su hermosura
cayó enfermito en la cama.
Su padre que lo ha sabido
a preguntarle se halla:
¿Qué te pasa, hijo mío?
¿Qué tienes que estás en cama?
- Calentura, padre mío
una calentura vana.
- ¿Quiés que te traiga de almuerzo
la pechuga de una pava,
las alas de una gallina?.
Que te lo guise Altamara.
- Que Altamara me lo guise
y Altamara me lo traiga
que Altamara venga sola,
que no venga acompañada,
que también las compañías
a veces salen muy malas.
Por la escalerita arriba
sube la linda Altamara
derechita como un huso,
reluce como una espada;
en la su mano derecha
lleva la pava guisada
y en la su mano izquierda
llevaba una jarra de agua,
y en el su brazo derecho
llevaba una toalla.
- Buenos días, hermanito,
¿Qué tienes que estás en cama?
- Las malezas que yo tengo
tras de tus ojillos andan.
- Permita Dios de los cielos
te levantes de la cama.
Se tiró desesperado
como un león cuando brama,
hizo lo que quiso de ella,
hasta escupirla en la cara.
Pendientes de sus orejas
por la escalera rodaban;
anillitos de sus dedos
en ella nada paraban.
A eso de los nueve meses
cayó enfermita en la cama,
su padre que lo ha sabido
a preguntarla se halla:
- No te asustes hija mía,
no te asustes Altamara,
que si es que tienes un hijo
será príncipe de España
y si tienes una hija
monjita de Santa Clara.
- Vaya razones de un padre;
vaya unas razones, vaya.
Se ha encerrado en su cuarto
se ha dado de puñaladas.
- Prefiero morír así
y no vivir deshorada,
y los niños de mi escuela
me llamen mujer mundana.