La propia iglesia es una joya que merece uno y mil posts, pero hoy nos centraremos en su maravilloso ábside, de la primera mitad del siglo XII y que nos sigue fascinando hoy.
El Pantocrátor, Ego sum Lux Mundi (Yo soy la Luz del Mundo) en el libro que sostiene en su mano se nos muestra triunfante, entre los símbolos de Alfa y Omega, Principio y Fin. Los cuatro evangelistas lo rodean, pero Él, Su rostro y Su mirada son los auténticos protagonistas. El llamado Maestro de Tahull y su obra llena de colorido han inspirado incluso a artistas contemporáneos.
Y algo que me provoca indignación y admiración. El fresco original no se puede contemplar en la iglesia en donde se creó, sino en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, en Barcelona; en su lugar tenemos una reproducción de 1959, creada por Ramon Millet, a escala menor. Posteriormente se descubrieron nuevos restos, también visibles. Indignación y admiración, decía. Indignación por no poder observar la obra en su lugar original; admiración por la capacidad de, con la técnica del strappo (resumiendo, se pasa la pintura a una tela y luego esa tela se traslada al lugar de destino).