Esta abadía cisterciense, recién descubierta para mí, es una joya envuelta por campos de lavanda.
Fundada a mediados del siglo XII, alcanzó un esplendor que la llevó a poseer cuatro molinos, siete granjas y tierras en Provenza. Los siguientes siglos alternaron entre expulsiones y recuperaciones, hasta que a finales del siglo XX se volvió a asentar una comunidad religiosa. Presenta la austeridad habitual de las construcciones de este estilo, con un bellísimo claustro y una sala capitular con una asombrosa acústica.