Por supuesto, no les grites salvo que sea necesario. Los gritos están para situaciones de alerta: “viene un león” o “vas a meter los dedos en el enchufe”, y no para “llegas tarde a clase” o “me has manchado la corbata de lejía”.
Dicho ello, casi nunca -por fortuna- son necesarios los gritos. Pero es que además, según escucho al maravilloso Álvaro Bilbao, susurrar obliga al escucharte a activar la corteza prefrontal, que nos permite focalizar.
Todo ventajas, pues: no agredimos, logramos más paz y, encima, logramos nuestro objetivo de que nos escuchen.