Comenzaré con algo completamente evidente: las profesiones se quedan obsoletas cuando dejan de aportar valor. El chófer de carruajes, tan necesario hace sólo un siglo, ya no existe. Lo mismo sucede con herreros o curtidores. Lo mismo va a suceder pronto con los carteros o con los libreros. Son profesiones que van a desaparecer tal como las conocemos. Desde luego, pueden (deben) orientar su carrera para ofrecer un servicio que aporte valor: el chófer de carruajes puede seguir dando servicio a turistas, por ejemplo.
La distribución de música y cine proporcionaba, hasta hace unos años, un servicio de gran valor: hacía que los usuarios finales pudiéramos disfrutar en nuestras casas de esas formas de cultura. Y la única forma de conseguirlo era acudir a las tiendas.
Ahora esto ha cambiado radicalmente: podemos acceder a películas desde nuestras casas. La distribución ha perdido sentido, ya que no aporta ningún valor extra. Por lo tanto, debe desaparecer o (mejor aún) renovarse.
Del mismo modo que antes los cines pagaban a la empresa que les transportaba enormes rollos de película y ahora pueden recibir la película en un formato de mayor calidad y directamente vía internet, también los usuarios finales dejamos de pagar al “transportista” y accedemos directamente a la película vía internet.
Así pues, parece claro que el distribuidor (al menos, tal como lo conocemos) debe dejar de participar en esta cadena, ya que no aporta valor. Pero, ¿qué pasa con los creadores? ¿Qué sucede con el artista que compone una canción o crea una película? ¿Debe cobrarse o debe dejarse acceso libre?
Antes de nada, no debemos olvidar que los artistas tienen otras fuentes de financiación, más allá de la venta de CDs o DVDs: conciertos, cines o merchandising, por ejemplo.
¿Por qué el creador querría que sus obras llegaran gratis al público?
Podría ser que al creador le convenga que el público pueda acceder gratis a sus obras: si mi música se distribuye gratuitamente, me conocerá más gente, y vendrá más gente a mis conciertos (y daré más conciertos).
Y el público, ¿por qué estaría dispuesto a pagar?
Creo que estaríamos dispuestos a pagar entre 2-3 euros por un estreno y 1 euro (o menos) por una película anterior. Básicamente, es un precio similar a un alquiler… pero el público general ve la mayoría de las películas solamente una vez.
También estaríamos dispuestos a pagar un canon por aquellos dvd’s que vamos a utilizar para grabar películas o música.
Quizá también podríamos pagar por packs que nos faciliten el trabajo. Si estoy viendo los premios Goya y me ofrecen bajarme todas las películas nominadas por unos 25 euros, seguramente lo aceptaría encantado. Si me puedo bajar todos los documentales sobre delfines, en lugar de tener que estar buscando en mil sitios, también estaría dispuesto a pagar.
¿Y la publicidad? Supongamos que las cadenas de televisión te permitieran bajarte sus series (hablo de bajar, no de tener que ver en sus páginas) incluyendo la publicidad. ¿Te importaría? Eso permitiría que las cadenas cobraran más a sus anunciantes (ya que no sólo se van a ver en una franja horaria y en un momento concreto).
Debemos entre todos seguir buscando una solución a este problema que, a mi entender, no pasa por criminalizar las descargas ni por cobrar un canon indiscriminado. Estoy seguro de que hay un lugar de consenso en el que todos (autores, público, quizá incluso distribuidores) encontraremos un bonito equilibrio.
Muy buena reflexión. Ese equilibrio, como todos, es complicado, aunque creo que se está avanzando bastante gracias a plataformas como Spotify o Voddler.
Hoy mismo me estuve preguntando sobre qué le reporta más beneficios a un artista, que compre su disco o que pague la entrada de un concierto suyo?