Por desgracia, estamos acostumbrados -si es que tal cosa es posible- a naufragios y desgracias marinas. Hemos crecido con los recuerdos del Ave del Mar y del Centoleira, dos naufragios que forman parte de nuestra memoria y de nuestro sufrir colectivos. Así que cada vez que llega una noticia de un nuevo naufragio, se juntan recuerdos, miedos y sufrimientos. Y, quizá, resignaciones ante lo inevitable. En mi más de medio siglo creo que jamás he vivido ninguna sorpresa inesperada, tras un naufragio, de que alguien haya aparecido vivo.
Sin embargo, el mar que nos la quita también es el mar que nos da la vida. Y parece imposible que sea el mismo. Carlos Núñez, en su bellísima Nana de lluvia, nos cuenta eso.
Luego llora de espaldas
para que el mar no vea
cómo grita su alma
cómo llora su pena.
"Otro mar muy enfermo,
otro mar muy sediento
se comió a mis amores,
me ha secado el aliento.
No es el mar que yo veo
otro mar que no siento
otro mar de allá lejos
otro mar más violento".
Y le habla a su ría,
siempre sola y descalza,
con su mano en las olas
acaricia su espalda.