Existen muchas situaciones en las que nos encontramos con un niño que llora, o bien por algo que -a nuestro entender- no es “para tanto”, o bien a destiempo (si es que tal cosa puede decirse de la expresión de un sentimiento).
Una de las más habituales es cuando el pequeño se cae o participa de una situación potencialmente peligrosa. Mientras nadie pone voz a su sentimiento, se queda callado o dice que no ha sido nada. En cuanto una persona con la suficiente empatía convierte en palabras el susto: “¿te has asustado, cariño?” o incluso mejor “menudo susto, ¿verdad?” (con esta segunda opción normalizamos lo que puede estar sintiendo), entonces llega el llanto.
Otra de las habituales, que entraría dentro del grupo de “no es para tanto” es la del pequeño que ha sufrido varias situaciones complicadas y al final acaba llorando por un tema menor. En este caso podemos ver más claramente que está llorando por lo que no lloró.
Cuesta bien poco mostrar empatía. No me gustaría terminar este post diciendo que me he centrado en los pequeños, pero esto puede darse -se da- a todas las edades.
Normalicemos expresar nuestros sentimientos. Normalicemos comprender a los demás.