No es rara la intención de querer dotar a las guerras de un encanto, de un glamour y de una magia de la que no gozan. Cuando en la película Saving Private Ryan del gran director Steven Spielberg se presenta a los soldados acercándose a las playas para desembarcar, pueden verse mareos, vómitos y, en resumen, miedo. Eso es lo que quería transmitir Spielberg: la guerra no tiene glamour en absoluto.
No es el único creador, desde luego, que ha luchado por mostrarnos eso: la canción-denuncia “Querida Milagros” de Manolo García, el “Tristes armas si no son las palabras” de Miguel Hernández o incluso esa canción de campamento de “Mi amigo José” son más muestras de lo mismo.
Presentar la guerra como algo glamouroso es irresponsable es falso y es sobre todo, criminal.
Tristes armas, si no son las palabras.