Acabo de terminar la lectura de esta obra de Camilo José Cela; es un libro que se enmarca en la literatura de viajes y en el que el viajero (en el libro el autor y protagonista se refiere así a sí mismo) recorre varios pueblos de La Alcarria (de Guadalajara, lo deja claro).
El viaje comienza en su casa de Madrid, desplazándose hasta Guadalajara capital. A partir de ahí el viaje continúa a pie (sobre todo a pie), pero también en burro, en carro, o en autobús. Es este libro un documento de enorme valor para conocer esa España rural de la posguerra, para ilustrarnos con sus paisajes y para disfrutar del rico lenguaje de sus habitantes.
Os comento ahora algunos fragmentos que me parecen reseñables:
El viajero está alegre. Silba, aproximadamente, la coplilla de una película y habla, poco más tarde, con su mujer, que se ha levantado a prepararle el desayuno. El viajero está casado. Los viajeros casados, cuando se echan a andar, tienen siempre, a última hora, una persona que les calienta el desayuno, que les da conversación mientras se afeitan a la estremecida luz eléctrica de la mañana.
Fragmento del capítulo II, El camino de Guadalajara.
Cuánto nos cuenta este párrafo, ¿verdad? Aplaudo el hecho de que se dé cuenta y de que lo destaque. Más allá del contenido, nos queda la forma, tan habitual en este libro (desconozco si en el resto de la obra de Cela): esos párrafos tan redondos, esa referencia al final a lo que se habló al principio: preparar el desayuno.
– A ver, para que os vea este señor. ¿Quién descubrió América?
El niño no titubea.
– Cristóbal Colón.
La maestra sonríe.
– Ahora, tú. ¿Cuál fue la mejor reina de España?
– Isabel la Católica.
– ¿Por qué?
– Porque luchó contra el feudalismo y el Islam, realizó la unidad de España y llevó nuestra religión y nuestra cultura allende los mares.
La maestra complacida, le explica al viajero:
– Es mi mejor alumna.
La chiquita está muy seria, muy poseída de su papel de número uno. El viajero le da una pastilla de café con leche, la lleva un poco aparte y le pregunta:
– ¿Cómo te llamas?
– Rosario González, para servir a Dios y a usted.
– Bien. Vamos a ver, Rosario, ¿tú sabes lo que es el feudalismo?
– No, señor.
– ¿Y el Islam?
– No, señor. Eso no viene.
La chica está azarada y el viajero suspende el interrogatorio.
Fragmento del capítulo IX, Casasana, Córcoles, Sacedón.
Un alegato insuperable en contra de la memorización sin comprensión (que no en contra de la memorización).
– Y de cenar, ¿qué quiere usted? Poco tengo, pero de todo puede disponer: Unos huevos, una ternerita muy buena, unas truchas, algo de la matanza, unas patatas para adornar…
Fragmento del capítulo IX, Casasana, Córcoles, Sacedón.
Cuando poca cosa para una posadera es un festín para el habitante de la ciudad.
Os dejo con un enlace, por si os apetece disfrutar de este libro.
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