El 2 de Mayo de 1808, cuando se produjo aquella esperada revuelta que fue el origen de la Guerra de la Independencia, todos quisieron arrimar el hombro.
Todos, incluyendo a los presos de la Cárcel Real, que por escrito solicitaron poder salir para luchar, jurando volver a la cárcel. Así que recibieron su merecido permiso.
Hay versiones ligeramente diferentes sobre el retorno, pero me quedo, como siempre, con la más bonita: ese mismo día por la noche volvieron todos, salvo los caídos (lógicamente) y salvo un preso… que volvió al día siguiente.
Volvió al día siguiente porque, viéndose fuera de la cárcel, decidió pasar la noche con su esposa.
Viva el amor. Y feliz Dos de Mayo.