«El insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe».
Esta gran verdad es atribuida a uno de los hombres más especiales que han existido: Diógenes. Contaré las dos anécdotas más conocidas, que ilustran perfectamente la forma de pensar y la estatura moral de este hombre:
Se dice que recorría -en pleno día- las calles de Atenas, con un farol, buscando a un hombre. Un hombre digno de tal apelativo, un hombre honesto. Esto me recuerda (aunque daría para otro post) a lo que buscan las personas de mi generación cuando están en busca de pareja (una búsqueda mucho más exigente que la de dos décadas atrás, por otra parte).
La otra anécdota nos cuenta que el bueno de Diógenes se encontraba tumbado y el gran Alejandro Magno, acercándose a él, le preguntó qué deseaba. La respuesta fue tan rotunda como inmediata: “apártate, quiero que me dé el sol”. Cuando los acompañantes de Alejandro reprocharon aquella respuesta, recibieron también una dosis de sabiduría de parte de su señor: “Si no fuera Alejandro, querría ser Diógenes”.
- Diógenes de Sinope (en Wikipedia)