Quienes me seguís y conocéis sabéis de sobra que no considero los castigos un método educativo. Voy a intentar explicarlo de la forma más sencilla posible.
Cuando se aplica un castigo para corregir una conducta, pueden suceder dos cosas: 1) que el castigo no tenga efecto o 2) que el castigo tenga efecto.
En el primer caso, el castigo no sirve para nada: hemos dejado al niño sin consola porque ha pegado a otro y al día siguiente vuelve a pegarle. El castigo no ha servido de nada.
Y esto es lo mejor que puede pasar. ¿Sabéis por qué? Porque la otra opción es peor: que el castigo sirva para algo. Que al día siguiente el niño no pegue porque si pega se queda sin jugar a la consola. Trasladado a un contexto futuro, y más grave, ¿os imagináis a alguien que no mata porque si mata va a la cárcel? ¿Alguien quiere ser así, alguien quiere que sus hijos, alumnos, seres queridos, sean así?
Yo tampoco.