No creo que haya un tema relacionado con la crianza y la educación que haya despertado más fantasmas interiores y del que se haya hablado más que el de los límites. De hecho, “famosos” se ha convertido en el epíteto inseparable de “límites”.
Desde hace ya mucho os había prometido un post con mi opinión sobre este tema, así que aquí va. Como siempre, es mi opinión. Simplemente.
Me parece que una relación que se plantea con insistencia (o sin ella) los límites, no puede funcionar bien. Y da igual de qué relación estemos hablando: una relación laboral en la que estamos constantemente alerta por si la otra parte se aprovecha, una relación sentimental en la que nos preocupamos por si nuestra pareja nos engaña, una relación con nuestros hijos en la que tememos que se “desmadren”.
Creo que no hace falta ser un experto para darse cuenta de que tras estas actitudes se esconden miedos y falta de confianza en la otra parte.
Es habitual, cuando se trata este tema, indicar que hay límites que la propia naturaleza nos impone: desde luego, mis hijos no pueden volar, no pueden levantar una tonelada con un dedo, no pueden saltar treinta metros. Ni yo tampoco. Todos tenemos claro que existen límites de este tipo.
Pero, ¿qué pasa con los otros límites? Voy a analizar un par de situaciones habituales:
1. Mi hijo quiere ir sentado conmigo en el coche mientras conduzco. ¿Debo impedírselo, aunque estemos en el garaje, no sea que luego quiera hacerlo siempre? Dani me lo pedía cada día, así que lo que hacíamos era ponerlo conmigo en el garaje, pero todos sabíamos que no podríamos salir a la calle sin que cada uno esté en su sitio y convenientemente sentado. Desde nuestra plaza hasta la salida subía sentado conmigo, con sus manos en el volante. Justo antes de salir, se iba para su sitio. Si me pedía esto sin estar en un garaje, también lo podía hacer, pero siempre antes de arrancar. ¿Qué explicación le dábamos? Obviamente, la verdad: sin estar bien atado no podemos ponernos en marcha por la calle. La seguridad es muy importante, y pilotos de Fórmula 1, alpinistas, astronautas ponen toda su atención en ella. Nosotros también. Dani disfrutó haciendo esto desde los dos años hasta los cuatro. Ahora (tiene cinco) ya no lo pide jamás. Ha podido hacer lo que quería y de regalo ha aprendido que hay que cuidar la seguridad.
¿Le hemos puesto límites? ¿Le hemos ayudado a entender por qué se hacen las cosas? ¿Hemos perdido “autoridad” por dejarle subirse conmigo?
2. Mi hijo quiere dormir en nuestra cama. Realmente este es un caso hipotético, porque nunca ha sido un problema para nosotros y, a diferencia de circular sin cinturón y sentado sobre su papá, no presenta ningún problema.
Pues perfecto, nuestro hijo puede dormir con nosotros hasta que quiera. Como de costumbre, había gente que pensaba que al no poner límites, iba a querer dormir con nosotros de por vida, o casi.
¿Qué pasó? Que a los tres años quiso irse a su habitación.
¿Le hemos puesto límites? ¿Deberíamos haberle impedido dormir con nosotros?
Y el aprendizaje de estos dos casos pueden extenderse a muchas situaciones cotidianas más: niño que no está sentado a la mesa, niño que dice palabrotas, niño que pega, niño que tira cosas al suelo… en general, la solución óptima no pasa por limitar a nuestros hijos, sino por, con nuestro ejemplo y palabras, hacerles ver qué opciones son las mejores.
¿Por qué nos preocupamos por poner límites? Desde mi punto de vista, por miedo y falta de confianza. Miedo a perder “autoridad”, miedo a que sean “maleducados”. Y falta de confianza. En nosotros y en ellos.
Estoy convencido (todo lo convencido que se puede estar en temas de crianza) de que un niño que crece en un entorno sano no necesita unos padres preocupados por los límites. Automáticamente el niño se comportará como debe comportarse un niño (de acuerdo con su edad, lógicamente).
Y vosotros, ¿creéis que hay que preocuparse por los límites?
Muy interesante. No obstante, en los ejemplos que pones, hay un límite implícito: “Dani me pedía…”. En tu caso -muy sano en mi humilde opinión-, no hay menoscabo de la autoridad. La autoridad ya existe, y eres tú. Las causas de la autoridad sí que me parecen importantes. Se consigue con confianza, con respeto y, en vuestro caso, amor. Dani lo acepta porque confía en sus padres y aunque no sepa el porqué del límite concreto, acepta que es bueno para él precisamente porque se lo decís vosotros. La mentira y la arbitrariedad no conducen a esa fe.
Quizá los límites no tengan tanta importancia cuando la autoridad está bien fundamentada. No son los límites los que hacen la autoridad: es al revés.
Muchas gracias por tu comentario, Germán. Procuramos explicar siempre, siempre, el porqué. Eso ayuda a nuestros hijos, y nos ayuda a nosotros. Es decir, esperamos que Dani sí sepa el porqué. Gracias mil de nuevo.