Quienes tenemos hijos en ese difuso rango de la preadolescencia nos vemos cuestionados (bueno, cualquiera que tenga hijos y se preocupe por ellos es cuestionado, pero ese es otro tema) sobre si debemos dejarlos ir solos por la calle, a recados, al cole, a pequeñas tareas rutinarias. Y no falta la comparación con el “nosotros, a su edad…”
No voy a entrar aquí en si está bien o mal permitir que los chiquillos realicen esas tareas solos, sino en las abismales diferencias entre el hoy y el ayer:
- tenemos mucha más información: sabemos que los robos o los secuestros son factibles, no algo que nunca pasa aquí.
- hay mucho (mucho) más tráfico: la probabilidad de accidente es muchísimo mayor.
- antes -y este me parece el punto de mayor importancia y el que realmente marca la diferencia-, aunque estuviéramos solos, no estábamos solos, había una red enorme (sobre todo en los pueblos) de personas que nos conocían, que conocían a nuestros padres y abuelos; estábamos -nosotros, sí- hiperprotegidos (ay, la hiperprotección, qué miedito), con lo cual estábamos hiperseguros.
Otro tema es si lo que buscamos es librarnos de la responsabilidad o de la incomodidad que nos puede suponer acompañar a nuestros hijos; en ese caso, claro que ni los tres argumentos anteriores ni ningún otro nos harán desistir en nuestro empeño de darles autonomía. Pero quiero pensar que esto rara vez pasa.