Las esculturas veladas, alarde de virtuosismo, fueron muy habituales en la Italia del siglo XIX. El escultor Camillo Torreggiani, formado en Florencia y cuya vida ocupó gran parte del siglo (1820-1896), creó esta escultura con el ánimo de impresionar a la reina Isabel II (“con el solo objeto de merecer la aceptación y aprecio de S.M. primero, y después la de los dignos profesores de la Rl. Camara”, según él mismo nos cuenta).
Tenemos una anécdota curiosa, relacionada con el momento en el que se le pide a Torreggiani ponerle un precio a la obra. El artista responde que no le corresponde a él hacer tal cosa. Así que son otros quienes le ponen precio… precio que enfadó a su creador, por parecerle bajo.
Si queréis admirar este mármol convertido en gasa debéis visitar el Museo del Prado y allí, entre Madrazos y Esquiveles, entre ninfas, Venus, Bacos y Sanjerónimos, la encontraréis.