No os puedo dar muchos datos, porque no he querido buscarlos. Por lo que sea, la cosa ha sido así: un chaval, habitual creador de tiktok, publica un vídeo hablando de sus gustos musicales. Alguien se lleva el vídeo a Twitter (no sé si con intención de criticarlo) y ahí comienza una serie de tuits insultantes y ofensivos contra él.
Gracias a @NikSamotracia (por favor, es una cuenta en Twitter que debéis seguir), me he enterado de esto y del sencillo, cargado de buenas sensaciones -y doloroso- del agredido.
Llevo años viendo cómo se vierte odio en Twitter solo por burlarse de otras personas y gente riéndoles las "gracias", cuentas no tan desconocidas que su saliva se convierte en bilis y les aplaudís.
— Niké de Samotracia (@NikSamotracia) March 7, 2023
Cuidad las palabras, no imagináis el poder que tienen.
Nadie merece esto. pic.twitter.com/sDT0yyPMOR
¿Es tan grande nuestra necesidad de volcar odio como para que -amparados por el anonimato o la distancia- tengamos que hacerlo contra una persona que simplemente ha manifestado sus gustos?