El otro día vi un vídeo de mi admirado pediatra Carlos González en el que reflexionaba sobre una cuestión que me he planteado muchas veces.
Supongamos que pensamos que se pueden usar premios y castigos para educar. ¿Con qué premiamos y castigamos?
He visto premiar con caramelos y castigar con flexiones y sesiones de biblioteca. A ver, criaturas: los caramelos son “malos”, y el ejercicio y la lectura son “buenos”. ¿Nos damos cuenta de la terrible incoherencia?
Si queremos transmitir a nuestros hijos (o a los menores en cuyo proceso formativo y educativo estamos participando) que el ejercicio y la lectura o el estudio son buenos, jamás deberían ser castigos, ¿verdad?