Hace aproximadamente un siglo, una jovencita de Moaña que servía en Vigo vio cómo su vida iba a cambiar de la noche a la mañana: los señores para los que trabajaba habían decidido emigrar a Buenos Aires y querían llevarla consigo, puesto que estaban felices con su trabajo.
Acudieron a pedir permiso a los padres de la joven; los padres accedieron -no olvidemos que, en aquellos tiempos, emigrar a América era equivalente a no volver jamás-, con la condición de que otra hermana la acompañara.
Así fue cómo mis tías abuelas Peregrina y Teresa dejaron Galicia -para no volver nunca más- y comenzar una vida allá, en Buenos Aires.
Por fortuna, seguimos manteniendo contacto con esa parte maravillosa de la familia que vive en Argentina. Imposible no sentirlos cerca; imposible no alegrarnos -o no sufrir, según lo que toque- con esa final entre Argentina y Francia, dos selecciones habitualmente pobladas de emigrantes (italianos y españoles la primera, africanos la segunda).