Se cuenta que en ese bonito pueblo de La Rioja, hace ya siglos, una familia de peregrinos (madre, padre e hijo) decidieron hacer noche. La hija de los posaderos, no viendo correspondidos sus deseos por el joven viajero, decidió vengarse.
Colocó un objeto de valor en el zurrón del chico y, cuando habían salido ya los caminantes, denunció el robo. La denuncia desembocó directamente en acusación y condena a la horca.
A la vuelta de Compostela (según unas versiones) o al día siguiente (según otras), vieron los afligidos padres que el hijo seguía vivo. Esto fueron a notificárselo al alguacil, que no lo creyó, y verbalizó este descrédito: “eso es tan cierto como que este gallo que me voy a comer está vivo”… al descubrir la fuente, allí estaba el gallo vivo y cacareando.
Desde entonces, un gallo y una gallina (vivos) son protagonistas de esa catedral.
Para Lucía.