Villa Patrolino, lugar de encuentros y solaz de Francisco de Medici y su amante Bianca Cappello, se concibió como un lugar único en el que jardines y monumentos rivalizaran en belleza y elegancia.
Situado cerca de los montes Apeninos, el elegido escultor Giambologna (Juan de Bolonia) asumió la responsabilidad de crear una imponente estatua que acabó siendo un homenaje a esa cadena montañosa. Así nació el Coloso de los Apeninos, una escultura de más de diez metros, mitad hombre, mitad montaña.
De su nariz salía humo y sus ojos se iluminaban con fuego. No cuesta mucho imaginarse el regalo que era presenciar esa escena en las noches de verano de aquella villa cercana a Florencia, creada para acoger aquellos amores entre Francisco y Bianca.