Cuando Madrid se estableció como sede de la corte real española, hasta entonces prácticamente itinerante, se decidió que todas aquellas casas de más de dos plantas dedicaran una parte al personal que aquella corte llevaba consigo.
Los madrileños rápidamente decidieron que si el tercer piso no se veía desde la calle… nadie iba a saberlo, así que esas casas a la malicia ofrecen un último piso algo más metido hacia dentro, no visible desde pie de calle.