El objetivo era conseguir llevar agua al alcázar de aquel Toledo del siglo XVI. Cien metros de desnivel separaban el alcázar y el río Tajo. Y, hasta entonces, los 40 metros del tornillo de Arquímedes eran la mayor diferencia salvada.
Por suerte, contábamos con el genio Turriano, que construyó una maquinaria capaz de salvar ese desnivel.
Gracias a ello, el alcázar de Toledo pudo tener agua. Como quiera que eso no sirvió para abastecer a la ciudad (porque el agua se quedaba solamente en el alcázar), no le pagaron a nuestro buen ingeniero, que se vio obligado a construir un segundo ingenio.