No tenía rutina, decía él. Pero cuando no estaba en Milán o en la universidad (en esos lugares la rutina le venía impuesta), sí seguía su propio horario.
Comenzaba el día encendiendo el ordenador, revisando los emails, leía algo, y entonces comenzaba a escribir hasta la tarde. Se tomaba tiempo libre durante toda la tarde (tomaba algo en el bar, leía la prensa, veía la televisión o algún dvd) y a eso de las 23 se ponía a escribir, hasta la 1 o las 2 de la madrugada.
Buscaba especialmente los momentos en los que no era interrumpido. Y también aprovechaba cualquier hueco para trabajar, aunque solamente fuera mentalmente: mientras espera el ascensor, en el baño, en el tren. La mente no descansa, claro.