Es difícil que no hayáis oído hablar de la serie El juego del calamar, serie surcoreana emitida por Netflix. Todavía no la he visto entera, adelanto (voy por el episodio 7), pero ya la he visto entera, y os puedo contar que básicamente consiste en (alerta spoilers: voy a contar el argumento genérico de la serie)…
…consiste en que alguien con mucho dinero organiza, para su diversión, un juego en el que centenares de personas con graves problemas económicos juegan a juegos infantiles. Los que pierden, son asesinados. Los que ganan, pasan al siguiente juego.
Es una serie para mayores de 16 años y que, desde luego, no debería ser vista por niños de Educación Primaria (hasta 10-11 años). Pero hay algo que me ha resultado exagerado por parte de algunos centros educativos: la prohibición de disfrazarse o jugar a nada relacionado con la serie. (No voy a entrar en si se están metiendo o no en donde no les llaman).
Exagerado, decía, en mi opinión. Porque mientras permitimos que los niños jueguen a Dráculas, Rasputines, Freddykruegers y demás psicópatas y asesinos en serie, nos echamos las manos a la cabeza con esta serie (incrementando, desde mi punto de vista, el interés sobre ella).
¿Qué es lo peor de la serie (siempre desde mi percepción)? (no son los asesinatos):
- la obediencia ciega.
- la asunción de que las normas deben cumplirse sin cuestionarse.
- lo que se hace de acuerdo a las normas es correcto, aunque sea un asesinato.
- todo está orientado a premios (pasar de fase) y castigos (la muerte). Incluso si consideramos que pasar de fase no es más que la ausencia de castigo, podríamos decir que solamente hay castigos (quizá lo único peor en educación que los premios y castigos).
- la existencia de esas normas tan estrictas provoca bullying entre los participantes, bullying ante el que los guardianes hacen la vista gorda.
Esos puntos sí me parecen muy peligrosos, porque son fácilmente asimilables por los niños (y adultos), porque muchos padres y también muchos profesores utilizan estos métodos para amaestr…educar a los niños.
Y esto sí que nos vendría bien eliminarlo de nuestros centros educativos (y de nuestros hogares).