Hace aproximadamente un año compartí esta estremecedora imagen del semanario francés Charlie Hebdo, en la que se destacaba el peligro de retomar las clases presenciales.
Lo compartí porque veía ese gravísimo peligro, y porque daba por hecho que no llegarían los colegios abiertos a finales de septiembre. Y llegaron abiertos, en su gran mayoría. A finales de septiembre y también al final de curso. Gracias a la labor de alumnos y profesores (y -un poco de autobombo- seguro que también a mamás y papás educando e informando a los peques).
Es cierto que no hemos sabido la repercursión exacta de haber tenido las escuelas abiertas, ya que no se han hecho, por ejemplo, tests a toda la clase cuando ha habido un positivo (y bien podría ser que eso hubiera sido vía de contagio hacia fuera del cole, sin detectarse).
Tampoco se han tomado medidas del tipo, ante un positivo, confinar a todo alumno y profesor que haya compartido aula (en esto me basaba yo, sobre todo, para indicar que no llegaríamos a finales de septiembre); en ese sentido, se han relajado medidas con respecto a otros ámbitos (como también se han relajado en transporte, turismo o industria).
El panorama hoy es mucho mejor que hace un año: somos ya muchos los vacunados (incluso entre los alumnos de secundaria han comenzado ya las vacunaciones) y conocemos mejor la enfermedad. En todo caso, sigamos manteniendo medidas y -deseo imposible- reduciendo la ratio, como viene reclamando el profesorado desde hace ni se sabe.
Gracias, chicos; gracias, profes.