Se cuenta que por aquella zona había un temible ladrón, de raza gitana (ya, los estereotipos) que sembraba el pánico en toda la comarca. Tras una de sus fechorías, y para escapar de los guardias civiles que lo perseguían, cruzó de un salto el espacio entre las márgenes del río Tajo, saltando de acantilado a acantilado. Uno de los perseguidores, intentando hacer lo mismo, quedó convertido en piedra, y aún hoy puede verse en la formación rocosa.
Pero no es la leyenda, el gitano o los guardias civiles lo que trae hoy aquí este bonito lugar, sino el propio paisaje y la cantidad de fauna que ha hecho de él su hogar. Lo más destacable, con diferencia, las ochenta (80) parejas de buitre leonado que anidan en el roquedo. Junto a la majestuosa estampa de esos auténticos reyes del aire (escapan del ataque de las águilas subiendo a donde esas reinas no llegan), debemos señalar las tres parejas de cigüeña negra que también han hecho allí su morada. No son las únicas: también el águila real, el halcón peregrino y el búho real.
Un lugar maravilloso y mágico, al que hemos ido siempre que hemos podido. No os lo perdáis si visitáis ese precioso norte extremeño. He podido hacerlo con mi esposa, con mis hijos, con mi hermana y con mis padres (feliz cumpleaños, mamá): un regalo enseñar sitios bonitos a la gente a la que quieres.