Aquel buen chaval padecía, como gran parte de su familia según se ha podido comprobar con el tiempo, de una sordera cada vez menos incipiente. Sordera que hacía que prestara cada vez más atención al charlatán que venía a la feria a vender su milagroso remedio para esa sordera: el bálsamo turco.
Ahorró con tesón, gracias a su trabajo ayudando a su padre en el barco, el dinero necesario para comprar el codiciado bálsamo. Y en la siguiente feria se aproximó, decidido y feliz, al puesto del charlatán, que le explicó con detalle el método y frecuencia de aplicación.
De la noche a la mañana, pasó a oír maravillosamente. Hasta que llegó el momento:
(Padre e hijo en el barco. Reina la oscuridad. Se oye el suave y rítmico chocar del casco con el agua.)
- Fillo, isa o risón.
- ¿Que?
- Que ises o risón.
- Non te entendo, papá.
- ¡Que ises o risón, jodido, que estás máis sordo ca nunca!
Para tía Rosa, de quien he tenido la suerte de escuchar esta anécdota familiar.