Nos vamos, una vez más a la Edad Media, a esos juicios (mezclamos aquí siempre leyenda y realidad) en los que la prueba para demostrar la inocencia era someterse al fuego y no quemarse: una prueba de fuego que podía confirmar culpabilidades o inocencias.
De ahí viene la expresión que tratamos hoy, una prueba definitiva que nos va a confirmar si vamos o no por el buen camino.