Hoy se cumplen 37 años de un accidente que tuvo mi padre, que pudo ser gravísimo y que, afortunadamente, sólo quedó en un tobillo completamente destrozado.
Era un lunes, acabábamos de regresar de unas vacaciones maravillosas en Madrid y Barcelona, y cuando desperté, estaba tía Rosa en casa (que se había venido para estar conmigo). Y ahí me enteré, aunque no lo asimilé.
Las personas que lo auxiliaron tras el accidente dicen que sólo tenía palabras para mí (“o meu fillo, o meu fillo”).
Descubrí muchas cosas en aquellos días: que la felicidad es frágil, que la vida es muy frágil, que los hijos somos muy importantes para los padres, y que un padre, tendido en la cama de un hospital, cuando ve que su hijo es incapaz de entrar en la habitación, siempre podrá hacer el gesto de su superhéroe favorito para animarlo a entrar.
Como digo, aquel accidente quedó solamente en un tobillo hecho trizas, que le dejó una cojera de por vida que no le impidió seguir jugando al fútbol, manteniendo su primoroso toque. Poco tiempo antes de morir aún pudimos verlo, ese día de portero, volando en horizontal hacia un balón que se colaba en la portería.
37 años en los que hemos disfrutado muchísimo y que la vida nos fue llenando de alegría.
Mi padre, mi superhéroe.
Para mis padres, para mis hijos, para mi hermana y los suyos, para mi esposa.
Este texto se escribió originalmente el 25 de abril de 2014, así que las referencias de tiempo deben ser tomadas con respecto a esa fecha.