Es una de las esculturas más conocidas -si no la más- del periodo helenístico. Está datada entre los años 130 y 100 a.C. y se cree que representa a Afrodita, diosa del amor y de la belleza.
Llegó al museo del Louvre a comienzos del siglo XIX, tras ser comprada a un campesino griego. Existen diversas teorías sobre qué sucedió con sus brazos: una de ellas indica que al menos un antebrazo y su mano portando una manzana estaban enterrados cerca de donde se encontró la estatua; otra nos cuenta que se pudieron perder al llevarse la estatua apresuradamente. En paralelo con esto, se dice que Turquía conocía la ubicación ambos brazos y ofreció devolverlos si Francia devolvía la estatua.
Siguiendo con sus brazos -es curioso que hablemos más de lo que no tiene que de lo mucho que sí tiene-, se propuso su restauración, pero no se llevó a cabo por las lógicas dudas de su posición original. Lo que sí se restauró en el Louvre fueron, entre otras partes, la nariz, un pie (el izquierdo) y el pulgar del pie derecho.
Se considera esta Afrodita como una de las representaciones más sublimes de lo que se considera belleza, siendo la perfección de su tronco quizá lo más reseñable en este sentido. Técnicamente, la falta de simetría y el desequilibrio que parte de sus pies son dos elementos que dotan de dificultad (y de realismo, y de movimiento) a esta figura de más de dos metros de alto que un día de hace más de dos siglos encontró enterrada un campesino griego.