No hay vestidos indecentes, hay miradas indecentes.
Pasa demasiado a menudo: la mujer (suele ser una mujer) lleva el vestido que le apetece, con el escote que quiere, con la falda tan corta como quiere; el hombre (suele ser un hombre) no evita ni puede evitar un comentario (que nadie le ha pedido) sobre ese vestido.
Y no hay nada erróneo ni indecente ni provocativo en la prenda: el único error está en tu mirada.