Estábamos Clara y yo esperando el comienzo de la visita guiada mientras admirábamos los vívidos colores de la vidriera más cercana. Nos resultaba increíble, casi imposible, aquel prodigio.
Cuando la guía nos explicó que los bombardeos de la guerra de la Independencia habían destrozado todas las vidrieras y fue necesario rehacerlas, lo entendimos todo, con un pequeño pellizco de pena en nuestro corazón.
Pena que se convirtió en gozo cuando la guía nos aclaró que hubo una vidriera que se salvó del bombardeo: la más próxima a nosotros.
En las demás lo lograron igualar sus colores.