Es, junto con Las Meninas, el cuadro más famoso del mejor pintor de todos los tiempos. Quizá sería el más famoso del mundo si La Gioconda nunca hubiera sido robada.
Las tropas españolas ha recuperado la estratégica ciudad de Breda, el general Ambrosio de Spínola impide que Justino de Nassau se arrodille en el momento de entregarle la llave, mientras en el fondo todavía se puede observar un humo que nos cuenta que la batalla es muy reciente. A la derecha de todo podemos ver al propio Velázquez, mirándonos -no es el único que lo hace. Ocupando la parte derecha, un inconfundible fondo de lanzas (que también dan nombre al cuadro). Y el caballo, que parece recién cepillado, ¿no es perfecto?
Abajo a la derecha, el lugar para firmar. Don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, tras ver la perfección de su obra, decidió que, por supuesto, no era necesario firmarlo (no es la única vez que hace tal cosa). No era necesario firmarlo, ni siquiera en este caso, en el que formaba parte de una colección de doce cuadros hecha por otros tantos autores.
Puedo decir con orgullo que hubo un momento en el que yo era la única persona del universo contemplando este cuadro. Y otro momento, aún más maravilloso, en el que Clara y yo éramos las únicas dos personas contemplándolo. Qué lujo.