El joven discípulo se acercó a Sócrates, deseando contarle un hecho que dejaba en mal lugar a un compañero (e, indirectamente, lo ensalzaría a él). El sabio filósofo le hizo tres preguntas:
- ¿Estás completamente seguro de que es cierto lo que me vas a contar?
- ¿Es algo bueno?
- ¿Nos ayudará a mejorar?
Tras las tres negativas, Sócrates dejó claro que si lo que tenemos que contar ni es cierto, ni bueno, ni útil; es decir, si no pasa los filtros de la verdad, de la bondad y de la utilidad… es mejor no contarlo.