En 1974, la artista serbia Marina Abramović realizó, en el Studio Morra de Nápoles (Italia), su performance más conocida (y posiblemente la que más nos cuenta sobre el ser humano). La performance comenzó a las 20:00. Sobre la mesa, 72 objetos que el público asistente podía usar a su antojo. Los objetos se podían clasificar en objetos potencialmente de placer (plumas, flores, peine, libro) y objetos potencialmente de dolor (martillo, clavos, cuchillas, una pistola cargada). La artista se comprometía a asumir toda la responsabilidad de lo que allí sucediera y a adoptar una actitud completamente pasiva durante las siguientes seis horas. Ella sería una muñeca en manos del público.
La actitud del público durante la primera mitad de la performance fue tímida: se acercaban, le ofrecían flores, le daban un beso… Sin embargo, poco a poco comenzaron a manipular a la artista: le obligaban a adoptar posturas, a sostener objetos y la acabaron poniendo sobre una mesa, clavándole un cuchillo en la mesa entre sus piernas. Poco a poco la actitud del público se iba haciendo más demencial: le arrancaron la ropa, le clavaron las espinas de las flores en su cuerpo, con una cuchilla le hicieron un corte en el cuello y bebieron su sangre, e incluso apuntaron hacia su cabeza con la pistola cargada (esto provocó algunas peleas entre los asistentes, y la intervención del comisario de la exposición, que lanzó la pistola por una ventana).
Cuando se cumplieron las seis horas pactadas y Marina volvió a convertirse en una persona, los asistentes, tan activos hasta ese momento, fueron incapaces de mirarla a los ojos y se fueron de la sala lo antes posible. La artista nos indicó que cuando fue al baño y se vio al espejo, le habían aparecido canas.
Hemos comentado largamente esta historia en casa y, aunque había leído mucho sobre esta famosa performance, no he escuchado mejor análisis que el de Clara: en un mundo acostumbrado a premios y castigos, en una sociedad que “educa” a sus hijos usando premios y castigos, en cuanto desaparece la amenaza del castigo surge la verdadera educación que tenemos dentro. Este experimento (junto con el famoso de Millman, citado más abajo) nos debería hacer reflexionar sobre cómo ayudar a nuestros pequeños a ser personas.
Gracias, Clara.