Tengo la sensación -no es la primera vez que lo comento- de que vivimos en una sociedad que está cada vez más alejada de los niños y de los ancianos y que es absolutamente incapaz de entender los comportamientos propios de esos grupos de edad. Así que acaba calificando con el nombre de enfermedades lo que es parte de un proceso normal, si se me permite utilizar esa palabra: que un niño sea muy movido o que un anciano tenga lagunas de memoria no deberían ser motivos de alarma, en mi opinión.
Como sabéis, en este blog suelo hablar mucho de nuestros pequeños, pero hoy quiero centrarme en quienes han recorrido su camino, nuestros antecesores en este bonito río de la vida. Somos lo que somos gracias a ellos, y podemos seguir aprendiendo de su sabiduría, pero optamos por apartarlos de nuestras vidas -como no producen y nosotros tenemos que trabajar, pagamos a otras personas para que se ocupen de ellos-, impacientarnos con sus despistes e incluso ridiculizarlos o alterarnos si no tienen nuestra agilidad mental o física. Como sucede con nuestro trato con los niños, también tenemos muchísimo que cambiar de nuestro trato con los mayores, ese otro tesoro que nos regala la vida.
Te doy totalmente la razón: hoy en día la sociedad se centra sobre todo en la madurez adulta. Se busca que los niños crezcan y se hagan mayores, y que los ancianos no envejezcan nunca. Cuando está claro que ambas posiciones son distintas y exigen un entendimiento y un estilo de vida diferente. Esperemos que con las nuevas políticas estatales, el servicio de atención a los ancianos en nuestro país pueda mejorar un poco. Pues cada vez seremos más, y necesitaremos más atención.
Las personas mayores necesitan una atención más específica en referencia a la que necesitarían los niños, ya que la tercera edad debe ser tratada con cariño.
A los mayores siempre debemos tratarlos con respeto y admiración, son la fuente de la que bebimos cuando eramos niños