No diré que suele pasar desapercibida, pero desde luego no alcanza la fama de otros monumentos de París, como Notre-Dame, la Torre Eiffel, el Arco de Triunfo o el Sacré-Coeur, pero aventaja a todos ellos en perfección y belleza. La Sainte Chapelle, esa Capilla Santa destinada a albergar la más preciada de las reliquias (la corona de espinas) es el summum del gótico radiante. Este prodigio de la arquitectura no tiene prácticamente paredes, sino vidrieras que se elevan quince metros hasta los cielos.
Cuando la visitamos, mi esposa Clara -sabedora de mi debilidad por la Sainte Chapelle- me tapó los ojos con sus manos, descubriéndomelos cuando ya estábamos en el interior. No morí de esa sobredosis de belleza, pero estuve cerca, creedme.
De verdad, si visitáis París y solamente podéis admirar un monumento, que sea la Sainte Chapelle.
Gracias, Clara :*