El viajero, tras haber pasado unas semanas en la aldea de la montaña, inició su camino hacia la aldea de la costa. Cuando llevaba un par de jornadas de camino, se encontró con un campesino. Paró para saludarlo y aprovechó para preguntarle la duda que le rondaba la cabeza:
– ¿Podría usted, buen hombre, decirme cómo es la gente de la aldea de la costa?
– Desde luego que sí, pero antes, dígame: ¿cómo eran las personas de la aldea de la montaña?
– Insoportables. Egoístas. Ojalá jamás los hubiera conocido.
– Pues siento decirle… siento decirle, querido caminante, que la gente de la costa es igual.
Meses después, un viajero diferente realizó la misma ruta. Y también se encontró con el campesino. Y también decidió saludarlo:
– ¿Podría usted, buen hombre, decirme cómo es la gente de la aldea de la costa?
– Desde luego que sí, pero antes, dígame: ¿cómo eran las personas de la aldea de la montaña?
– Qué maravilla de personas, una auténtica delicia, convivir con ellos ha sido un verdadero regalo.
– Pues está de enhorabuena, señor. Los habitantes de la aldea de la costa también son así.
No recuerdo dónde escuché esta bonita historia; creo que fue en un programa de RNE. Si lo confirmo, incluiré aquí el link.