Pedir perdón. Casi nada. Para que una persona consiga pedir perdón se requieren tres cualidades nada habituales: inteligencia, valentía y humildad. Inteligencia, para darnos cuenta de nuestro error. Valentía, para atreverse a contactar con la persona agraviada y reconocerlo. Humildad, para reconocernos falibles.
Estamos en una época en la que el perdón se ve sin demasiados buenos ojos, culpando -qué raro- a nuestra formación católica. Suele venir argumentada por algo del siguiente estilo: “hago cualquier cosa mal, y después pido perdón y ya está”. Desde luego que esto es un error, y poco tiene que ver con el enfoque católico. ¿Recordáis aquellos cinco pasos que nos contaba el Catecismo de pequeños? Entre ellos estaba -sobre todo- el dolor de los pecados y el propósito de la enmienda: lo he hecho mal y no quiero volver a hacerlo. En la misma línea, el perdón no elimina el daño causado en muchas ocasiones, y debemos ser conscientes de ello.