Hoy os voy a hablar de Congo, un chimpancé al que le encantaba pintar. Y no solamente le encantaba, sino que lo hacía realmente bien. Sus obras fueron comparadas con las de Kandinsky y compradas por Miró o Picasso.
Se le dejaba total libertad y se realizaron diferentes experimentos, para comprobar que su obra no obedecía al puro azar. Por ejemplo, si se le interrumpía y, al cabo de un tiempo, se le permitía volver a pintar, continuaba donde lo había dejado. (Como es natural, si se le interrumpía, nuestro artista se molestaba).
¿Sabéis cuál es -a mi entender- el detalle más significativo y uno de los factores que hizo que las obras de Congo fueran excepcionales? Que, saltándose todas las normas habituales de experimentos con animales, el etólogo que llevó a cabo estos experimentos (Desmond Morris) le dejó total libertad en su proceso creativo, como decía. Total libertad: No se utilizaron con él premios (ni, por supuesto, castigos).
¿De verdad no hemos aprendido nada de este experimento? Sin premios ni castigos, un mono crea obras del nivel de los grandes de la pintura.