Según me cuenta mi buen amigo Mario, el origen de esta palabra se remonta a la época romana. En aquel entonces, los juramentos se hacían con la mano agarrándose los testículos (asumimos que los propios -e implícitamente- asumimos también que las mujeres no podían testificar).
Existe otra teoría, relacionada con la leyenda de la papisa Juana y con la comprobación de si el futuro Papa era o no un hombre. Y de esa curiosa anécdota ya hemos hablado en este blog.
Gracias, Mario! 😉