Cuentan que un pintor expuso su obra para que la gente pudiera disfrutarla. Un zapatero, que se encontraba entre el público, vio rápidamente que había algo incorrecto en los zapatos del personaje retratado. Armándose de valor, se dirigió al artista y se lo hizo saber. Éste se llevó el cuadro a su estudio y realizó los cambios necesarios, mejorando esa parte en la que había cometido errores. Cuando estuvo satisfecho con el resultado, volvió a exponer la obra, agradeciéndole públicamente al zapatero su importante aportación.
El zapatero, ni corto ni perezoso, comenzó a sugerir mejoras de todos los rincones del cuadro, a lo cual el pintor no tuvo más remedio que responder con la frase que estamos analizando ahora: “zapatero, a tus zapatos”.
Leí esto hace unos años, en un libro donde se explicaba el origen de dichos populares.