Y la cosa fue como sigue: estaba reservando cita para la revisión del coche, y llegó el momento en el que mi interlocutor me preguntó la matrícula. Le dije el número y, cuando empecé con las letras, opté por facilitarle las cosas (o eso pensaba yo) usando el consabido recurso de acompañar cada letra con una palabra que no dejara lugar a dudas.
Yo: – B de Barcelona…
Él: – B de Barcelona.
Yo: – M de Madrid…
Él: – M de Madrid.
Yo: – P de Pontevedra.
Él: – E de España.
Yo: – ¡No, no, E de España no! ¡P de Pontevedra!
Es de estas situaciones surrealistas que nos suceden de vez en cuando. Por cierto, el taller se encuentra en Pontevedra (Pontevedra ciudad), para más inri.