Como sabréis, hoy se cumplen diez años de una fecha en la que sucedió algo terrible y en las que se nos rompieron demasiadas cosas. Aquel once de marzo, jueves, recibimos, a primera hora, una llamada en la que se nos decía que ETA estaba volando Madrid a base de bombas. Luego, más llamadas: a la familia, para que supieran que estábamos bien; de Ana y Jose, para saber si estábamos bien; a Sara, para ir juntos en coche al centro, ya que el transporte público estaba cancelado. En medio, la confusión, la incredulidad, el silencio y la tristeza. En la radio, Carod Rovira, que acababa de tener negociaciones con ETA, sorprendido y apesadumbrado por la tragedia.
Al día siguiente (o esa misma tarde, no lo recuerdo bien), la noticia de la cadena SER (mi cadena de cabecera hasta entonces), hablando de que se había encontrado a un terrorista suicida en uno de los trenes. Eso para algunos cambiaba todo, y para otros no cambiaba nada: la tragedia seguía siendo la misma. El viernes por la tarde, la manifestación en contra de los atentados. Al día siguiente, el SMS indicando la actitud de ocultación del PP y una llamada para acudir a la calle Génova. Ese mismo sábado ya hay detenidos islamistas. El domingo, las elecciones, a las que me gustaría sacar de este pudding, porque quedan en nada comparadas con los casi doscientos asesinatos; y porque la actitud de muchos políticos (y medios afines) fue lamentable, intentando arrimar el ascua a su sardina.
La semana siguiente era un goteo constante de malas noticias: cada día, al llegar a la oficina, alguien estaba viviendo una nueva tragedia, la de algún conocido que estaba enfermo o herido; la de la novia gravemente herida que vio a su novio por última vez protegiéndola con su cuerpo.
Y luego, las casualidades: la compañera de Clara que llegó justo cuando el tren cerraba las puertas ante sus narices y su ¡mierda! correspondiente; o nosotros, que íbamos a coger posiblemente uno de esos trenes si no hubiera explotado antes.
Unos días después, Clara tuvo un congreso en Sevilla y la acompañé hasta Atocha, para coger el AVE. Tras despedirla, me acerqué a la zona donde se recordaba a los asesinados. Y, en un rincón, resumiendo el drama y animando a mirar hacia el futuro, por encima de todas las declaraciones y arengas, un osito de peluche, con una nota:
“Patricia, juega con él en el cielo”.