Primum non nocere (Lo primero, no hacer daño): máxima griega atribuida a Hipócrates, y una de las primeras cosas que un estudiante de Medicina aprende.
El día comenzó tan bien como cualquier otro. Teníamos cita con nuestro hijo en el alergólogo (por un tema de leve importancia, no os preocupéis). Os adelanto que a Dani le encanta ir al médico, habla mucho con ellos, colabora (incluso da el brazo cuando tienen que vacunarlo)… vamos, que no es ningún trauma para él, afortunadamente.
Entramos en la consulta, donde había dos sillas para los pacientes y acompañantes. Mi esposa Clara le dijo a Dani que se sentara y, mientras el médico decía “siéntense”, Dani y Clara se sentaron, cada uno en una silla. Pero cuando el médico alzó la vista y vio lo que le debió parecer algo ilógico, nos dijo:
Médico: “No, no, no. [Dirigiéndose a mí] Usted siéntese si quiere estar en mi consulta. Las sillas son para los padres, ¡vamos, hombre! [Dirigiéndose a Dani] Me parece a mí que tú mandas mucho. Y aquí mando yo!”
Para no armar demasiado escándalo, pasé a sentarme y puse a Dani en mi regazo.
Bueno, ya ubicados a gusto del médico, Clara comenzó a hablar y le dio los informes que traíamos de nuestro anterior médico en Madrid.
Médico: “No, yo estos papeles no los quiero. [Les dio la vuelta y los colocó en la mesa]. Cuénteme usted directamente lo que le pasa al niño.”
En una de las intervenciones de Clara (a la que el médico cortaba constantemente), osé hablar para completar una información.
Médico: “No, usted no me hable. Solamente uno de los dos, por favor.”
Hasta aquí, algunas de las intervenciones podrían incluso entenderse (quería efectuar su propio diagnóstico, no quería que habláramos los dos a la vez, etc.)
Preparando el historial del niño, nos preguntó si había tomado teta. Le dijimos que sí, que seguía tomando ahora (aunque ciertamente ya muy muy poquito). Eso provocó su inmediata respuesta:
Médico: “Puesss, ya hay que ir dejándola, ¿eh? Porque sí, favorece el vínculo y tal, pero cuatro años… cuatro años ya son muchos. Hay que dejarlo.”
Debo decir que aquí estuve a punto, a nada, a un tris de pedirle (como dice Nohemí Hervada, creo), que por favor, nos pusiera esa afirmación por escrito, firmando con su nombre.
Pero seguimos con la conversación. Y nos preguntó si tenía hermanitos Dani. Y le dijimos que estábamos esperando. Su reacción fue aún más directa que con la teta.
Médico: “[Dirigiéndose a Dani] Te van a destronar!!! Te queda poco a ti ya!!!”
Dani: “[Acariciando la barriguita de Clara, y con su sonrisa habitual] Aquí dentro está mi hermanita!”
Médico: “Seeh, seeh” (en plan: “ahora te parece bien, pero ya verás después qué mal lo vas a pasar”).
Clara y yo: “Dani está feliz, muy feliz con el embarazo.”
Médico: “Ya, ya” (en el mismo plan anterior).
Médico: (tras decirle que esperamos una niña) “Mejor, para casa.” (Aquí no tenemos muy claro qué quiso decir, aunque tenemos algunas teorías).
Un poco después (no recuerdo bien qué provocó esto), a raíz de algo que dijo/hizo Dani, le dice:
Médico: “Te voy a dar con eso en la cabeza.”
Clara y yo: [A Dani, pasando del médico] “Tranquilo, que nadie te va a dar con nada en ningún sitio.”
Los intentos de Clara de que Dani interviniera contando la sintomatología fueron cortados abruptamente por el médico. Lo cual raya en el absurdo, teniendo en cuenta que, si nosotros sabemos si a Dani le pica la lengua o la garganta es porque es Dani quien nos lo dice.
Y al final llega el momento de comenzar la exploración de Dani por parte del médico. A Dani, como os he dicho, le encanta ir al médico, y jamás ha puesto ningún problema (más allá de los naturales cuando se es muy pequeño, obviamente). Y el médico lanzó su nueva advertencia, preparando un berrinche que no se había producido:
Médico: “Ahora que berree lo que quiera, que yo no le voy a hacer daño.” (en plan “si berrea, es por capricho”).
Y no, no berreó; pero inicialmente (quizá durante diez segundos) no quiso sacarse el jersey (no me extraña, tras la preparación del ambiente por el médico). Eso fue no más allá de diez segundos, quizá ni cinco, así que el médico aprovechó para volver a decirle algo en la línea de:
Médico: “Que tú mandas mucho!”
Y bueno, llegados a este punto, tuve que hablar:
Yo: “Por favor, céntrese exclusivamente en su trabajo.”
Médico: “¿Cómo dice?”
Yo: “Le digo que, por favor, se centre exclusivamente en su trabajo. Y se lo digo con el mayor de los respetos.”
Médico: “Lo que estoy haciendo es centrarme en mi trabajo.”
Yo: “No. Lo que nos ha dicho del pecho no tiene relación alguna con su trabajo.”
Fin. Ya no respondió y el resto de la consulta transcurrió con el médico centrándose en su trabajo. Le deseé un buen día al irme, aunque no escuché su respuesta.
Como podréis suponer, salimos muy indignados y tristes del médico. Según transcurría el tiempo y, tras contar esta historia a personas cercanas, nuestra indignación se fue atenuando y convirtiendo en perplejidad. Lo cierto es que, ahora, según escribo esto, me parece completamente sorprendente que esto haya podido pasar. Todavía no entendemos por qué sufrimos todas esas agresiones de una persona entre cuyos objetivos debería estar, en primer lugar, y por encima de todo, no hacer daño.
Primum non nocere.