El paso de la niñez a la madurez siempre ha sido importante en todas las culturas. En el caso de los indios Cherokee se sometía al futuro adulto a una dura prueba:
Su padre lo llevaba al bosque, al atardecer. Tras vendarle los ojos y sentarlo en una piedra, se despedían. El niño no podía sacarse la venda hasta que los primeros rayos de sol llegaran. Debía pasar las horas escuchando los ruidos de la noche, sin duda acrecentados por la imaginación. Quizá algún animal se acercara a curiosear, quizá la noche fuera especialmente fría o húmeda, pero en ningún caso podría quitarse la venda.
Cuando llega la mañana y el ya adulto se quita la venda. ¿Sabéis qué es lo primero que ve?
Por supuesto, a su padre, que había pasado la noche velando, pendiente de que a su niño no le sucediera nada.
Gracias a Bety, que me contó esta bonita historia, y a mis padres, siempre pendientes de que a su niño no le suceda nada 😉
Hermoso!
Estoy sin palabras. Maravilloso!
precioso