Corría la temporada 1981-82 y el Celta y el Deportivo de La Coruña, recién ascendidos de 2ªB, iban a disputar un derbi en Balaídos, el estadio del Celta.
Yo acababa de aficionarme de verdad al fútbol; en temporadas anteriores había acudido alguna que otra vez a Balaídos, pero fue en esa temporada cuando en verdad me enamoré de ese deporte, y es la primera temporada de la que tengo recuerdos nítidos. Así pues, aquel Celta-Deportivo es uno de los primeros partidos que recuerdo y, desde luego, mi primer derbi. Os podéis imaginar la maravillosa ansiedad que sentía ante el comienzo del partido.
Y saltó el Deportivo al campo. Balaídos se vino abajo con gritos, abucheos y silbidos en contra del máximo rival.
Entonces, mi padre se puso de pie y empezó a aplaudir. Y yo hice lo mismo.
Mi padre acababa de explicarme, en un par de segundos, qué significa el respeto y qué significa el deporte. Y que una cosa es ser rivales y otra, muy distinta, ser enemigos. Después saltó el Celta al campo y, claro, fue el éxtasis absoluto. El Celta (que acabaría siendo campeón de Liga y ascendiendo a Primera) ganó el partido, pero yo gané mucho más.
Un padre nunca puede saber hasta dónde puede llegar cualquier gesto, por simple que sea. Estoy seguro de que yo sería una persona distinta si mi padre hubiera abucheado a los jugadores del Deportivo.
Gracias, papá. Ojalá algún día llegue a ser tan buen padre como tú.
y yo tan buena madre
q bonito
Muchas gracias, Mar 🙂