Estamos en un Consejo de Ministros en tierras gallegas, hace ya unas cuantas décadas. En uno de los descansos, Pío Cabanillas, que conoce bien la zona, propone a Manuel Fraga irse a tomar un baño a una escondida playa.
Bajan por un estrecho sendero, cuidando de no pincharse con las silveiras, y llegan a la arena. Dejan la ropa en una roca y se meten en el agua (sí, sin ropa).
Tras un rato en el agua, observan horrorizados a un grupo de personas que bajan hacia la playa: unas monjitas con sus alumnas. Así que ambos corren hacia su ropa, como alma que lleva el diablo, con Fraga cubriéndose sus partes íntimas con las manos.
Y aquí llega el inteligente apunte de Pío Cabanillas:
¡La cara, don Manuel, tápese la cara!
Gracias, Pili!