Hace unos diez años, yo trabajaba para una empresa en la que se valoraba más el talento que la apariencia. Teníamos unas maravillosas oficinas en el centro de Madrid, en la planta cuarta, ocupando un dúplex (la planta de arriba era para ocio y relax). Dentro de aquel bonito edificio, desde luego, era la oficina estrella.
Un día llegaba yo a trabajar y, en el bajo, estaban de obras. Subí al ascensor, con mi habitual indumentaria deportiva, y también subió un hombre perfectamente trajeado; con sus manos en los bolsillos y su gesto de Persona Muy Importante. Sin sacar las manos de sus bolsillos, mientras me señalaba con su cabeza, me preguntó: “¿os queda mucho para terminar?”. Por un momento pensé que me hablaba de algún proyecto en el que estábamos metidos, pero no: se refería a las obras del portal. Le expliqué que aquel no era mi trabajo y, mientras intentaba recomponerse de su metedura de pata, me preguntó que a qué planta iba. “A la cuarta”, le indiqué. Dudo que se haya recuperado todavía.
Es triste lo habitual que es valorar a las personas por su apariencia.
A los prejuicios les queda mucho para terminar 🙂
Saludos Carlos
Tienes mucha razón; esperemos que poco a poco vayamos eliminándolos 🙂 Gracias!
Como molaban esas oficinas!! Cada vez que paso por delante miro para la terraza… :))
¡Y tanto que molaban! Y cómo estuvimos a punto de trabajar juntos 🙂